sábado, 16 de marzo de 2013

LA GRAN TORMENTA

Una vez hubo una gran tormenta en Eldor, tan grande que cualquier poeta sensato invocaría en este momento la asistencia de los dioses para hablar de ella. Grande, sí, y sobre todo larga. De las terribles cosas que adornan a una tormenta, ninguna le faltó. Y si mis amables espectadores me lo permiten, les contaré sobre ella. Varios son los nombres con los que se conoce a aquellos días. Unos hablan de La Tormenta, otros dicen El Huracán, los más la llaman El Diluvio. Algunos audaces dicen La Tormenta Maligna, El Huracán Horroroso, El Diluvio Sin Igual… Y los más valientes, aquellos que no temen nunca ser malentendidos, dicen simplemente: La Maligna, El Horroroso, El Sin Igual. Los nombres son cosas de los Letrados, por supuesto. O tal vez de los políticos. Por eso entiendo vuestras caras de “ya nos sabemos esa parte de la historia”. Paciencia. Para llegar a donde quiero es necesario recorrer sinuosidades que a lo mejor aparecen ante los ojos de ustedes como inconsistencias de la historia. Pero nadie ha tenido entre manos una historia como esta. Por supuesto que pulularon los advertidos. Los advertidos que a su vez se dedicaban a advertir a los demás. Los anuncios resultaban demasiado retóricos y tan elocuentísimos que muy pocos reparaban en ellos, de suerte que cuando finalmente se arrojó sobre Los Antiguos toda la fatigosa furia del tiempo, resultó tarde. Hubo agua cayendo a torrentes desde las galaxias, tanta que los mares rebozaron y fueron felices; las únicas criaturas felices. Aunque a decir verdad también estaban contentos algunos animales que habitaban en los océanos que aquella lluvia iba dejando sembrados por la esfera del planeta. Los tomiwoks por ejemplo, se reproducían gracias a la comida que el mar, pletórico de cadáveres, les entregaba en sus propias fauces. Eran tantos los animales muertos que aquellas horrendas criaturas, parientes acuáticas y lejanas de los kabalíes, sólo tenían que abrir sus bocas lacerantes de diez mil dientes. ¿Que cómo era un tomiwok? Vaya… todo el mundo lo sabe: tenían un cuerpo seis o siete veces más grande que el de cualquier otro animal que hubiese existido. Eran anteriores a los dragones de fuego que todavía habitan en la cuarta luna. Tenían doce extremidades. Ocho de ellas no tenían hueso y resultaban muy apropiadas para nadar. Con las otras cuatro se movían en la superficie de tierra del planeta. No arrojaban fuego, como los dragones. Pero eran más fuertes y siempre estaban mucho más hambrientos. En la tierra se cansaban y a veces morían. Un pueblo que matara a un exhausto tomiwok tenía para comer durante varias estaciones. Pero había que matarlo. Si el animal moría de cansancio o hambre o enfermedad, contaron los antiguos, un olor que no podía soportarse se adueñaba del paraje. Los ánimos decaían y la muerte se llevaba algunos habitantes como acompañantes del tomiwok. El cuerpo sin vida demoraba años en integrarse de nuevo a la tierra y su olor demoraba siglos en desvanecerse en el aire. Pero no es para hablar de tomiwoks que he venido, y ustedes lo saben. Mejor volvamos sobre nuestra primera materia de estudio: La Tormenta, El Diluvio. Me gustaría hablaros no de un rey ni de un emperador. Ni siquiera de un noble o de una doncella guerrera. De quien quiero hablarles es de un brujo, así que si alguno de ustedes tiene alguna reserva sobre nuestro tema, si alguno de ustedes siente que le impresionaría mal el que lo hagamos, sólo será cuestión de girarse y enfocar su atención en alguna de las decenas de otras diversiones que esta noche tenemos para ustedes. Muy bien. Así está mejor. De quien voy a hablarles es de Raxodantis. No de cualquier Raxodantis sino del primero. ¿Así que mis amables escuchas no sabían nada acerca de los muchos Raxodantis que ha habido en el mundo? ¿Así que nunca habían oído hablar de este gran protagonista de nuestra antigüedad? No debéis preocuparos en absoluto. Es algo que me ocurre muy seguido: nadie se interesa ya por las historias del pasado… por las verdaderas historias del pasado, debí decir… Ahora es todo fabulación vacua, sin sentido, fatua… fuegos de festival que se apagan de inmediato… Pero Raxodantis fue el primero de Los Advertidos. Vivía en la montaña. No importa en cual, porque las historias de aquellos tiempos carecían de estos detalles o tal vez los nombres de las cosas fueran distintos a los actuales, o estuvieran sencillamente cambiados, de manera que lo que hoy se nos aparece con un nombre en el pasado se aparecía con otro, y de esta guisa sería indistinguible para nuestras modestas inteligencias lo cierto de lo no cierto. Sí… entiendo que para vuestra mejor comprensión del relato la montaña deba tener un nombre… pues sí… claro. Bueno… se trataba de los Fiordos de Muhak. Aunque les repito: los Fiordos de Muhak podrían ser hoy las Montañas de Sommers o cualquier otra formación rocosa y alta, así que yo no veo, como ustedes sí lo hacen, la ventaja de tamaña ilusión. La importancia de que el brujo Raxodantis haya vivido en una montaña no estriba en el nombre de la montaña sino en su altura. Hecha la aclaración, tened a bien permitir que continúe mi labor. Y con todo este tiempo perdido, será mejor que pasemos al encuentro entre Raxodantis y la diosa que portaba la advertencia. Claro que podríamos reducir el encuentro a la advertencia en sí, y de esa forma ganar en practicidad. Pero perderíamos las ricas palabras que de un lado y el otro se cruzaron. Quién era la diosa, no lo sabemos. Es más que probable que haya sido una de las jaménidas, antes incluso de que se las conociera con ese nombre. Debe haber bajado rodeada de luz y debe haberse apostado en la pequeña isla que todavía puede verse justo en frente a los Fiordos de Muhak. Al viejo Raxodantis, que ya lo era entonces, debe haberlo sorprendido en la factura de alguna de sus excelentes pociones contra la caída del guerrero solitario, si ustedes me entienden… O tal vez del otro lado de la montaña que, aunque no sepamos con certeza su nombre, sí sabemos que tenía un lago en el que el viejo solía pescar. Pues bien, amado Raxodantis, comenzó la diosa, has de saber que se acercan tiempos difíciles para Eldor y sus habitantes. No ha habido más que tiempos difíciles desde que aprendí a reconocer mi rostro en un espejo, respondió el hombre. Querrás decir que se avecinan tiempos aun más difíciles. No suelo demorarme en vacuas consideraciones. No le es permitido a mi jerarquía. Sólo he venido a decirte que debes tomar algunas prevenciones si deseas salvarte y salvar a los tuyos. Mmm… ¿No me preguntas qué debes hacer por disposición de los dioses? Es que no estoy seguro de querer salvarme… ni de querer salvar a los míos… ¿Por qué los dioses se molestan en advertirme? No me es dado revelar tal secreto. Lo suponía. Está bien. Pero yo mismo podría permitirme un par de pensamientos al respecto. Algo hay en mi descendencia que les interesa. Claro que bien podría ser yo, pero ya me vuelvo anciano y más pronto que tarde las naves vendrán a llevarme al lugar del que no se regresa, así que es claro, clarísimo, que se trata de alguien más. Tal vez ni siquiera haya nacido aun y yo deba salvar a su padre, a su abuelo, tal vez a su bisabuela, que bien podría ser una de mis bisnietas. No discutiré contigo tales razones. Y como mi tiempo frente a ti se agota, mejor atiendes mi recomendación: dicen que dentro de diez días deberás tener a tu frente diez hombres capaces de trabajar. Cavarán bajo tu orden un agujero en la montaña y lo harán durante diez decenas de días. No habrá descanso. Durante otros diez días, los últimos en los que verán el sol y las lunas, cazarán en el valle y salarán y congelarán la abundosa carne. Recogerán la mayor cantidad de frutas y de raíces medicinales y las entrarán a la cueva al final del décimo día. Desde entonces tendrán diez días más para tapiar la entrada con muchas capas de tierra y numerosas piedras. Pasarán allí dentro otras diez decenas de días y finalmente, cuando tenga que ocurrir, saldrán de nuevo al exterior. Parece sencillo. Y lo es. Sólo hay un inconveniente: de cada dos personas que lleves contigo, volverá una. De cada dos hermanos, uno sobrevivirá. Un esposo, con dolor, verá al otro embarcarse en las naves. Oscura profecía, si me permites. Nada es otra cosa que oscuro en nuestras rotaciones.